jueves, 28 de abril de 2011


HOMBRES DE METAL. Trabajadores ferroviarios y metalúrgicos chilenos en el ciclo salitrero: 1880-1930
Editor Mario Matus
Ediciones: Universidad de Chile
Año: 2010


Las condiciones de los trabajadores durante el ciclo salitrero: 1880-1930:Una perspectiva institucional


            Juan Carlos Yáñez Andrade
Programa de Doctorado, Centre de Recherches Historiques, EHESS-Paris, Becario Conicyt-Chile yanezandrade@gmail.com


Presentación


El debate sobre las condiciones de vida de los trabajadores, como efecto del proceso de industrialización y de urbanización, no es nuevo desde un punto de vista historiográfico. Clásica es la polémica provocada por la obra colectiva editada en 1954 por Friedrich Hayek bajo el título El capitalismo y los historiadores [1997]. Lo central del estudio destacaba el mejoramiento de las condiciones de vida que había provocado la Revolución Industrial y que mucha de la literatura miserabilista del periodo se había debido más a razones ideológicas que reales. Dos aspectos pueden ser considerados los más polémicos de aquel debate. En primer lugar, se señalaba que el quiebre provocado por la Revolución Industrial había sido de tal magnitud que las condiciones de subsistencia y precariedad de importantes grupos de la población se hicieron evidentes a todo observador de la época. Esto habría producido un doble efecto: idealizar las condiciones de vida de la sociedad pre-industrial y destacar solo los efectos negativos de la industrialización.

Para los diferentes autores de El capitalismo y los historiadores, las condiciones de vida de los trabajadores habían mejorado sustancialmente por efecto de la industrialización, beneficiándose de mayores ingresos, de mejores productos y más baratos, mejorando de paso las condiciones de higiene y la esperanza de vida. Sin embargo, en segundo lugar, se atacó no solo el sentido común que muchos historiadores tenían sobre los efectos de la Revolución Industrial, sino en especial su visión pesimista del progreso económico, los cuales valoraban sus logros pero cuestionaban las modalidades históricas que había asumido. Para los autores del estudio si el progreso económico era indisociable del desarrollo del capitalismo lo único que podía esperarse del futuro eran cosas buenas.

¿Qué posibilidades nos ofrece en la actualidad la relectura de este libro? No conozco para el caso latinoamericano o chileno estudios que permitan dan cuenta, a modo más o menos conclusivo, sobre tal problemática. Por otra parte, ¿es acaso real la actitud un tanto conservadora de cierta intelectualidad enfrentada a evaluar los efectos provocados por la urbanización e industrialización en sociedades con fuertes rasgos tradicionales? Lo que sí es cierto es que nuestros autores del polémico libro se beneficiaron de dos condiciones que no tuvieron los intelectuales miserabilistas de la época industrial. Primero: una base de datos y formulación estadística que les facilitó cerrar en parte el debate. Segundo: el situarse a mediados del siglo XX, lo que les permitió tener una amplia perspectiva temporal para conocer el final de la historia o al menos el fin del problema. La suerte estaba, al parecer, para el lado del progreso y el capitalismo.

Yo quisiera profitar de tal suerte para orientar, de una manera reducida y en torno a mis propios estudios, el debate en el caso chileno. Para ser claros, me parece que enfrentados al siglo XXI, deberíamos tener la misma perspectiva histórica para poder hacer una evaluación sobre las condiciones de vida de los trabajadores durante el ciclo salitrero y las consecuencias de los procesos de industrialización y urbanización con respecto a la situación anterior. Además, deberíamos aprovechar de las mismas ventajas que nos ofrece la evolución de las ciencias sociales, en cuanto a enfoques, métodos y categorías analíticas nuevas.

Una mirada intencional

Esta presentación no buscará dar cuenta de todos los avances sobre la materia, ni intentar contestar de una manera definitiva a la pregunta de cuáles eran las condiciones de los trabajadores en el ciclo salitrero, sino avanzar sobre algunos criterios que debieran tenerse en cuenta para mejor orientar o enriquecer el debate. Reconociendo de paso que la principal dificultad historiográfica para entrar de lleno al problema es que faltan estudios específicos sobre algunas actividades productivas, condiciones de ingreso y consumo, entre otros aspectos. Las conclusiones, por consecuencia, siempre rentarán preliminares.

Mi enfoque, debo aclarar, es el institucional, el cual he venido intentando aplicar en los últimos años [Yánez, 2000, 2003, 2008]. Esta perspectiva supone comprender los procesos sociales y económicos dentro de la dinámica de evolución de las instituciones. Tal enfoque busca superar los análisis clásicos que reducían los estudios sociales y económicos a las condiciones materiales de la existencia o al funcionamiento de los factores productivos en condiciones de comportamiento racional [North, 1990]. A esta perspectiva se deben complementar los enfoques neo-funcionalistas que ponen el acento en las condiciones de funcionamiento y organización social a partir de procesos e instituciones que buscan la integración de los diferentes grupos que componen la sociedad. En el caso de la organización laboral, se destaca el rol que juega el trabajo como elemento de integración social, y asignador de derechos, y el contrato laboral como expresión jurídica de la superación de los conflictos [Donzelot, 1994; Castel, 1997].  En esta oportunidad no quisiera dejar de nombrar el estudio pionero de Karl Polanyi [2004], enmarcado en una perspectiva de antropología económica, el cual destacó los mecanismos de integración económica con fuerte arraigo social y organización institucional, destacando en particular el mecanismo de la reciprocidad y de la redistribución. 

En concreto, el común denominador de estas perspectivas –más allá de las diferencias obvias– es que los criterios a los cuales un historiador debiera echar mano para evaluar las condiciones de vida de los trabajadores, no debieran ser solo los cuantitativos (indicadores económicos de por medio). Por ejemplo, para el caso chileno, nadie puede negar que la crisis económica de 1914 y 1921 significó una experiencia de real precarización para los trabajadores (quizás la primera en términos modernos), pero en donde germinaron procesos significativos, sin los cuales no podemos pensar la historia laboral del siglo XX. Fue en torno a esta crisis donde se alzaron voces demandando el derecho al trabajo, el mejoramiento de las condiciones de vida y afianzando lo que podríamos denominar una cultura del trabajo, es decir en donde las identidades laborales son indisociables de un trabajo estable, pagadero en su totalidad en moneda y con una estabilidad de ingresos, consagrada por un contrato de trabajo. Esta perspectiva que puede aparecer un tanto mecánica ha comenzado a ser estudiada por algunos historiadores [Grez, 2002; Pinto, 1998], dando cuenta de una historia que no necesariamente avanza en una dirección determinada y es más compleja en cuanto a sus posibilidades. 

Este será nuestro marco –y horizonte– para intentar evaluar cuáles eran las condiciones que presentaban los trabajadores en los primeros años del siglo XX, así como intentar ofrecer una perspectiva histórica en torno a si estas condiciones fueron mejores o peores a aquellas  existentes antes del ciclo salitrero.


Condiciones de vida

El mejoramiento de las condiciones de trabajo a través de la legislación social no debiera, a estas alturas, ser desconocido. En nuestro país el ideario laboral tuvo un recorrido que podríamos definir desde el mejoramiento del espacio urbano (con la ley de habitaciones obreras de 1906) a la organización del trabajo (con la ley de accidentes laborales de 1916, el decreto de conciliación y arbitraje de 1917 y la ley de contrato de trabajo de 1924). Esto nos muestra una política social no del todo definida, que deambuló entre la preocupación por los problemas de higiene y los aspectos de seguridad en el medio productivo. De todas formas la manera ininterrumpida en que fueron aprobadas las leyes laborales en Chile (entre 1906 y 1931), nos habla de la creencia que diversos sectores tuvieron en el poder transformador de la ley.

Quisiera hacer referencia a tres aspectos que nos permiten conocer cómo eran las condiciones de los trabajadores hacia los primeros años del siglo XX y evaluar, desde una perspectiva institucional, cuánto había cambiado la dinámica social en torno al trabajo.

Como hicimos referencia anteriormente, la crisis económica de 1914 y 1921 mostró comportamientos empresariales diferenciados. Para el caso de las industrias urbanas, como lo señaló el historiador Marcelo Carmagnani [1998], pese al masivo desempleo existente en la época, el empresariado estuvo en condiciones de mantener el nivel de ingreso de sus trabajadores, en un marco de relativa estabilidad, como forma de no afectar la economía salarial de la cual las mismas industrias eran dependientes. Sin embargo, la estabilidad laboral no puede ser un aspecto solo explicado por dinámicas económicas. Una consecuencia inesperada de esta crisis fue la discusión sobre el contrato de trabajo como forma de lograr la estabilidad en el empleo e ingreso. Si bien nunca hubo una lucha explícita en torno al contrato de trabajo y las relaciones laborales se regularon con acuerdos verbales, parciales y a trato, pronto el contrato fue visto como un signo de las condiciones a las cuales estaban dispuestos a someterse los trabajadores y empresarios. Para los trabajadores será la garantía de una estabilidad en su experiencia asalariada y para los empresarios la estabilidad en sus condiciones de producción. De esta forma, los contratos de trabajo no solo sirvieron para explicitar los términos en los cuales se incorporaba la mano de obra al proceso productivo, sino a la seguridad jurídica en un contexto de crisis económica. De paso esto podría explicar la emergencia de un universo laboral mucho más diferenciado que el existente en el siglo XIX, y de paso la transformación del discurso de la imprevisión que enarboló históricamente la elite sobre el mundo popular.

En un segundo aspecto, fue precisamente en torno a la coyuntura de 1914 y 1921, donde se hicieron más avances en la reducción de la jornada de trabajo, de tal forma que hacia 1920 un estudio de la época podía mostrar que al menos en las principales industrias urbanas, portuarias, y algunas mineras, la jornada diaria rondaba las ocho o nueve como máximo [Morales, 1926]. Esta sí fue una demanda sentida por el movimiento obrero, en especial cuando se logró la conquista del descanso dominical en 1907. Para el movimiento obrero será un símbolo de lucha y para los empresarios una cuestión de productividad. A la pregunta de cuánto era el tiempo máximo que los trabajadores debían trabajar en las fábricas, los obreros responderán con la ya clásica partición de la jornada en tres: un tercio para el trabajo, un tercio para su formación y un tercio para el descanso. Los empresarios estarán abiertos a los estudios provenientes de la organización científica del trabajo, que destacaban la influencia de extensas jornadas de trabajo en la ocurrencia de accidentes. Ahora, ¿cuál sería ese tiempo a que debiera corresponder una jornada de trabajo? Nunca estuvo del todo claro. Solo nos interesa destacar que la organización de la producción en una jornada de ocho horas dejó abiertas las posibilidades para pensar la formación del capital humano en las industrias, el tiempo del ocio y del consumo, y el desarrollo de nuevos y mejores servicios, en fin, la reducción de la conflictividad y el aumento, por ese hecho, de la productividad.


En un tercer aspecto, en la misma coyuntura de 1914 y 1921, se avanzó en el proceso de asalarización de las relaciones laborales. Paradojalmente los cesantes provenientes, principalmente, de las salitreras no estuvieron dispuestos a responder a las ofertas de empleos de las zonas agrícolas del país, en gran parte, como lo señalan las fuentes de la época [Vial, 1981], porque se habían acostumbrado al pago de sus salarios en dinero y no en comida o alojamiento, modalidad que era común en el campo. El salario cada vez más fue medido en términos de productividad y la producción promovida a través de estímulos monetarios. Cuando se produjo la reapertura de las salitreras, que habían cerrado por la crisis, muchos trabajadores no estuvieron dispuestos a volver al norte, porque se habían adaptado al ritmo laboral de la urbe, que ofrecía dos condiciones frente a las cuales no podían competir ni la minería ni el campo: mayor estabilidad de las actividades productivas y un ingreso pagado en su totalidad en metálico, respectivamente.

A lo anterior debiéramos agregar el desarrollo de dos modalidades institucionales que ayudaron a asentar la sociedad salarial, en un contexto de mejora de las condiciones laborales y de ingreso. En primer lugar el movimiento sindical, donde se dieron nuevas modalidades de lucha y organización de los trabajadores [Grez, 2000], dejando de lado las confrontaciones callejeras, motines y actos de violencia, y, en segundo lugar, las bolsas de trabajo (del Estado, de los empresarios y de los mismos trabajadores), las cuales ayudaron a organizar el mercado laboral [Yánez, 2007].

Avances y retrocesos

Nos podemos preguntar cuánto ganaron o perdieron los trabajadores con la dinámica de cambio institucional experimentada por el país en las primeras décadas del siglo XX. No hay una respuesta única. Podemos concordar en que ganaron mucho si la práctica de explotación empresarial se prologaba en el tiempo o que perdieron también mucho si reconocemos que el proyecto de “rebelión laboral” tenía probabilidades de éxito. 

Todos estos procesos de cambio institucional, nos permiten señalar de una manera general que, en términos de las condiciones laborales, la construcción de un marco legal de relaciones entre el capital y el trabajo, la organización del mercado laboral y la acción fiscalizadora del Estado, los trabajadores presentaron, a partir de las primeras décadas del siglo XX, sustanciales mejoras en sus condiciones de vida. Esto no supone excluir del análisis nuevas formas de exclusión, de fragmentación de la vida humana –paralela a la división del trabajo-, de marginalidad urbana, de alineación asociada al consumo, distribución desigual del ingreso o modalidades más refinadas de explotación del trabajo. Todo esto hemos conocido hasta el presente.

Como señalamos al inicio, mucho de estos análisis restan ambivalentes y preliminares, aunque debiéramos avanzar en una discusión más de fondo que, obviamente, no se agota en algunas páginas de un libro. Primero, ir aclarando de qué trabajadores estamos hablando, en cuanto a categorías socio-profesionales y sectores productivos. Segundo, establecer una cierta periodificación que nos permita comprender mejor el ciclo salitrero, por ser un marco temporal muy amplio y, por lo mismo, complejo, cuyos senderos nos pueden llevar por reflexiones que nos alejen de la pregunta central: qué beneficios los trabajadores obtuvieron de la industrialización y urbanización que produjo el ciclo salitrero en Chile.


BIBLIOGRAFIA

1.- Carmagnani, Marcelo [1998], Desarrollo industrial y subdesarrollo económico. El caso chileno (1860-1920), Santiago de Chile, Ediciones Dibam.

2.- Castel, Robert [1997], Las metamorfosis de la cuestión social, Buenos Aires, Paidos.

3.- Donzelot, Jacques [1994], L’invention du social, Paris, Editions du Seuil.
4;- Grez, Sergio [2000], “Transición en las formas de lucha: motines peonales y huelgas obreras en Chile (1891-1907)”, Historia, Vol. 33, Santiago.

    -[2002], “¿Autonomía o escudo protector? El movimiento obrero y popular y los mecanismos
     de conciliación y arbitraje (Chile, 1900-1924)”, Historia, Vol. 35, Santiago. 

5.- Hayek, Friedrich [1997], Los historiadores y el capitalismo, Madrid, Unión Editorial.

6.- Morales, José [1926], Estudios sobre los contratos de trabajo, Santiago, Apostolado de la Prensa.

7.- North, Douglass, [1990], Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge, University Press.

8.- Offe, Claus [1992], La sociedad del trabajo, Madrid, Alianza Editorial.

9.- Pinto, Julio [1998], Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera. El ciclo del salitre y la configuración de las identidades populares, Santiago, Ediciones Universidad de Santiago.

10.- Polanyi, Karl, [2004], La gran transformación, México, Fondo de Cultura Económica.

11.- Vial, Gonzalo [1981], Historia de Chile, Santiago, Editorial Portada.

12.- Yánez, Juan Carlos, [2000], “La Oficina del Trabajo (1907-1924)”, Mapocho, N°48,  Santiago.

    -[2003], Estado, consenso y crisis social. El espacio publico en Chile: 1900-1920, Santiago,
      Ediciones Dibam.

    -[2007], “Las Bolsas de Trabajo: Modernización y control del mercado laboral en Chile (1914-
      1921)”, Cuadernos de Historia, N°26, Santiago. 

    -[2008], La intervención social en Chile y el nacimiento de la sociedad salarial. 1907-1932,
      Santiago, Editorial Ril.

















viernes, 22 de abril de 2011

LA INTERVENCIÓN SOCIAL EN CHILE: 1907-1932

Editorial: Ril Editores - Chile
Número de Edición: 1ª
Año de Edición: 2008
Tema: Ciencias Sociales - Historia
Páginas: 336
Estado: Nuevo
ISBN: 9562846326
ISBN 13: 9789562846325


Descripción del libro
Las políticas de intervención en el ámbito laboral son el tema central que aborda este libro. Juan Carlos Yáñez se sitúa en pleno proceso de constitución de lo social, para debatir sobre la construcción del Estado a comienzos del siglo XX.
    
Resumen del libro

El autor analiza con sumo detalle la formación de una burocracia en torno a la Oficina del Trabajo y el rol que se le asignó a esta institución en la creación, definición y legitimación de un campo de intervención social, lo que le permite al autor reapropiarse de conceptos sociológicos clásicos (de Max Weber, Emilio Durkheim y Pierre Bourdieu) para iluminar una problemática no lo suficientemente abordada por la historiografía chilena.


jueves, 21 de abril de 2011

IV SEMINARIO DE HISTORIA LOCAL

IV SEMINARIO DE HISTORIA LOCAL:
“La Construcción de lo Local a partir de los Actores Sociales.”
Universidad San Sebastían
Sede Puerto Montt
6 diciembre 2010

“Nuevas corrientes historiográficas:

¿Una oportunidad para la historia regional?”

Juan Carlos Yáñez Andrade


La exposición la he dividido en dos partes: En primer lugar una breve presentación de algunos enfoques o corrientes historiográficas que han marcado la evolución de la historiografía durante el siglo XX, lo cual nos permitirá discutir sobre lo que podríamos llamar la crisis de la historia nacional y sobre las posibilidades de la historia regional. Y en segundo lugar, discutir sobre las dificultades que presenta la historia regional en su desarrollo y que serían necesarios de enfrentar para promover aún más los estudios regionales. 

1.- Sobre la crisis de la historia nacional: De la historia comparada a la historia de las circulaciones


No es desconocido que en los últimos veinte o treinta años la renovación de paradigmas que han enfrentado las ciencias sociales en general y la historia en particular, ha permitido abrir un abanico de oportunidades para el desarrollo del quehacer historiográfico. Los sujetos a estudiar se multiplican, así como el uso de fuentes o métodos son cada vez más refinados. Hoy día es posible, y de hecho se hace, la historia de todo y sobre todos. Por de pronto esta idea, en la cual estaremos de acuerdo, plantea una pregunta no menor: ¿Tiene sentido discutir sobre la historia nacional o la regional? Si la mayoría de los historiadores se definen por los sujetos que estudian, por los temas que abordan o por los marcos interpretativos que utilizan, al parecer a pocos les interesa definirse como historiadores nacionales o regionales. Si la respuesta fuese negativa, es decir, que no es pertinente debatir sobre aquello, esta presentación no tendría sentido. Pero como creo que la respuesta es positiva, es decir, sí es relevante discutir sobre la historia nacional y la historia regional, espero que en el transcurso de la presentación quede claro el por qué de esta respuesta.
         Por de pronto, esta renovación historiográfica de los últimos años ha puesto de manifiesto que los grandes relatos explicativos de la historia universal y nacional no permiten dar cuenta sobre los procesos regionales ni sobre los locales, ni profundizar, de paso, en un adecuado conocimiento de la realidad. Por otra parte, los estudios regionales, largamente menospreciados frente a una historia nacional, se han posicionado en una doble condición:

a) En primer lugar, permiten la construcción de miradas locales, las cuales integradas en otros espacios, enriquecen la comprensión de los procesos de carácter nacional. En este sentido, la historia regional juega un rol clave en proveer el material o contenido de base para esa historia nacional. Como se ha dicho en innumerables oportunidades, no hay una buena historia nacional, sin una buena historia regional.

b) En segundo lugar, es en los estudios regionales donde se puede avanzar hacia investigaciones con enfoques más integrados, incorporando aspectos económicos, sociales y culturales, que la historia nacional por su naturaleza de síntesis le cuesta más abordar. Esto significa que no hay una buena historia regional sin trascendencia, sin vinculación con la historia nacional.

          Los primeros cuestionamientos a la historia nacional, vinculada a la historiografía decimonónica, vinieron de historiadores como Henri Pirenne, Otto Hinze y Marc Bloch,  los cuales dieron formulación a lo que se conocería, por una parte, como una historia crítica e interpretativa y vinculada, por otra, al método comparativo. El enfoque comparativo comprende la tarea de seleccionar fenómenos históricos que presentan ciertas analogías y que se producen en contextos sociales y geográficos distintos.  
         Lo que buscaban estos historiadores con el método comparativo era, por una parte,  superar los estudios asociados a unidades espaciales muy pequeñas (de historia local), incorporando a modo de diálogo otras unidades espaciales (fronterizas), abriendo con ello el campo de estudio; y por otra parte, enriquecer las historias nacionales, permitiendo la confrontación de procesos que se desarrollaban paralelamente en otra región o país. 
         Con ello la historia comparada logró minar las bases de sustentación del nacionalismo  que veía en el desarrollo de la historia nacional lo único, lo irrepetible, es decir  la particularidad y que, además, negaba la posibilidad de procesos comunes o paralelos con otros países, que es la base de cualquier ejercicio de comparación. Es cierto que el método comparativo no tendrá un gran desarrollo en Francia, pero sí en Inglaterra y EEUU (Barrington Moore, Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia y Theda Skocpol, Los Estados y las revoluciones sociales. La Revolución en Francia, en Rusia y en China).
          Será a partir de la década del 70’, en torno a la micro-historia, el desarrollo de la historia de las mentalidades y el interés por nuevos actores: mujeres, infancia, sujetos populares, etc., que se desarrollará la historia cultural y de las ideas. En particular, será la  corriente historiográfica de transfert culturel, desarrollada durante la década del 80’ en Europa, la que recoja del método comparativo el interés por poner en  relación dos sociedades o países, que por lo general son fronterizos y donde se producen transferencia de objetos simbólicos o materiales de una sociedad a otra. La noción de transferencia actúa como un concepto operativo clave que permite dar cuenta de aquello que se moviliza: libros, ideas, viajes, transporte, individuos, etc.) y cómo es recepcionado lo que se moviliza de una manera activa por la sociedad local. La Nación sigue siendo una categoría conceptual fundamental del trabajo histórico, pero donde no se puede pensar lo nacional como un elemento aislado o por oposición a lo extranjero. Es decir lo que revela el concepto de transferencia es que la Nación es permeable y no opera en la historia como una esencia inmutable.
          A partir de los años 90’ y producto del término de los meta-relatos históricos, el proceso de globalización, las comunidades en red, los procesos de comunicación en la aldea global (Manuel Castells), también supuso una toma de distancia con la historia nacional tal y como se la conocía. Este contexto explica la emergencia de una nueva corriente historiográfica que se sitúa en el marco de lo que podríamos llamar las historias relaciones, y que incluye lo que se conoce como historias conectadas, historias cruzadas e historia de las circulaciones. Lo que tienen en común estos enfoques es:
a) Primero, en la unidad de análisis que eligen: ya no es la nación, ni siquiera un grupo de naciones (que podría hacer referencia a la idea de historia universal), sino un área o ámbito de relaciones. Este ámbito de relaciones puede ser en el caso de Serge Gruzinski una monarquía europea, como la católica del siglo XVI que conformó un gran imperio; puede ser, como en el caso de Denys Lombard una red de comercio del sudeste asiático, anterior a la penetración europea del siglo XV; o en el caso de Sanjay Subrahmayan, las corrientes milenaristas que se desarrollan en Euro Asia y que actúan como catalizadores, tanto en la conformación de los estados otomanos como en el descubrimiento y conquista del continente americano; o como en el caso de Daniel Rodgers, puede ser un área nor-atlántica de implementación de políticas sociales; o como en el caso de Yves Cohen, puede ser un área de circulación empresarial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en torno a la industria Ford en los años de 1920.  

b) En segundo lugar, otro punto en común que tienen estos enfoques, además de la unidad de análisis, es el intento por pensar una historia descentrada de Europa antes de la globalización. Una historia que busca superar unidades de análisis limitadas u homogéneas (como la nación) obliga a pensar sobre la pertinencia, por ejemplo, del binomio centro-periferia o sobre la pertinencia de oponer lo nacional a lo regional. Porque si pensamos en unidades espaciales más globales, no sólo lo nacional pierde sentido, sino también la idea  común de asociar lo regional al espacio local de la Nación. Dos ejemplos para ver cómo lo regional se reconfigura en función de las unidades espaciales mayores que utilicemos…

2. Las posibilidades para la historia regional

En los últimos años,  sobre todo a propósito del bicentenario, queda la sensación que como nunca hay un mayor interés por conocer, por leer o por estudiar historia, pero también existe la impresión que lo que se investigó, lo que se publicó o enseñó no era una historia que convocara a todos. Es en este panorama breve que he reseñado, por un lado de repliegue de la historia nacional, a partir de una serie de enfoques historiográficos críticos, y, por otro, de las dificultades crecientes que presenta la historia nacional de convocar a los ciudadanos en torno a ciertas categorías aglutinadoras, es que la historia regional tiene una posibilidad de posicionarse.
         Sin embargo, esto no debiera hacer olvidar que hay algunas deficiencias o problemas de inserción institucional que es necesario enfrentar para seguir promoviendo el desarrollo de los estudios regionales:        

a) El ámbito de la investigación:

Marc Bloch reconocía que para la promoción del método comparativo el historiador debía cambiar la manera de trabajar, promoviendo la tarea en equipo, alianzas universitarias, organización de préstamos internacionales de bibliotecas y una nueva forma de organizar los archivos nacionales, por ejemplo, con libertad de acceso a los historiadores extranjeros, además de otras cualidades particulares del historiador. Al parecer, muchas de estas sugerencias debieran ser oídas por los historiadores que se dedican a la historia regional.
        Si bien las instancias académicas de difusión de la historia regional se han consolidado, a través de los congresos de la especialidad (en particular el Congreso de Historia Regional, que va en el NºXVII), muchos de estos encuentros no tienen el impacto hacia el exterior, ni durante los días en que se realiza, ni por la acción de divulgación de los propios historiadores asistentes. Además, sus convocatorias son cada vez más restrictivas. Además, se ha perdido la especificad de los congresos de historia regional, en donde investigadores deambulan presentando los mismos trabajos en los Congresos de Historia regional como en los nacionales.
         Otras instancias de difusión, como las revistas de historia regional, no han tenido un mismo desarrollo que la apertura de las carreras de Historia y Geografía. No cuentan con el apoyo y sostén sistemático de las universidades. Muchas de ellas se enfrentan a la disyuntiva de promover la historia de crónicas locales o de insertar temáticas no propias de la región e incluso de otras disciplinas, por la falta de colaboradores que estén disponibles a publicar sus investigaciones en revistas que no tienen difusión o que no tienen una regularidad en sus salidas.   
        Siguiendo los consejos de Marc Bloch se debiera avanzar en alianzas universitarias, en la realización de encuentros periódicos, en la publicación de revistas en conjunto entre varias carreras de Historia y Geografía, bajando con ello los costos de publicar, etc.  
        No es menor el problema de hacer historia regional con el centralismo con el que son administrados los archivos. El poco desarrollo de los archivos regionales obliga a muchos historiadores, si tienen suerte de contar con recursos, a viajar a Santiago para investigar algunos días. Eso explica la falta de continuidad de muchos estudios regionales y el que se hagan con las fuentes que se tienen a disposición. Esto no ayuda a perspectivas integradoras, de síntesis y de propuestas acabadas que permitan discutir sobre los avances de una investigación. Así, estudios preliminares o en proceso de finalización es la tónica en las direcciones de investigación de las universidades regionales. 

b) El ámbito académico y universitario

Como nunca en los últimos años, se han consolidado las carreras de Historia y Geografía en distintas universidades, tanto en el norte como en el sur del país. Además, algunas han incorporado en sus programas de formación la historia regional, ya sea como cátedra, electivo o como seminario de finalización.
         No conozco esos programas ni a sus profesores, y por lo tanto no los voy a juzgar a priori, pero estos cursos de historia regional debieran cumplir al menos tres requisitos. Primero, que ofrezcan posibilidades teóricas, metodológicas y prácticas de inducir al conocimiento de la historia regional y al quehacer historiográfico de la historia regional. Segundo, que esos cursos no sean una moda o desarticulados del plan de estudios, sino que se incorporen en un programa de formación integral del alumno. Y, por último, que no sean solo un slogan, o una marca, para posicionar la universidad al medio local. Hay muchas universidades regionales que tienen como slogan la palabra regional, eso es importante pero insuficiente si estos programas no van asociados con la discusión sobre perfiles de ingreso, prácticas profesionales o con el seguimiento a la inserción profesional de los alumnos.

c) El marco curricular y de la enseñanza escolar de la historia regional.

Pese a las importantes reformas al currículo en los últimos 20 años no ha habido un avance en lo que respecta a la promoción o posicionamiento de la historia regional.
         En el Marco Curricular existente hasta hace poco se expone con insistencia que la enseñanza de la Historia y las Ciencias Sociales no se constituya en un saber lejano desvinculado del mundo de los estudiantes, orientado a “desarrollar una actitud de respeto a la diversidad histórico-cultural de la humanidad y valorar la propia identidad”, evitando, además, una historia sesgada, a través de la actualización permanente de los contenidos y fomentando el uso de las evidencias (Marco Curricular. Ministerio de Educación Decreto 220/1998, p.97). Si bien pueden ser valorados tales objetivos a lograr por la disciplina histórica, sorprende la falta de referencia al rol que debiera jugar la historia regional en el cumplimiento de esos objetivos. Tal vacío se manifiesta también en los Objetivos Fundamentales Transversales, donde se expone de forma clara la búsqueda en los alumnos del “desarrollo de un sentido de identidad personal […]”, con lo cual se parcela –a nuestro entender– la Identidad en planos psicológicos y del conocimiento, y no ‘transversalizados’ por el reconocimiento y valoración de su propia historia regional. Además se señala que los alumnos debieran desarrollar una “actitud reflexiva y crítica” para que puedan comprender y reforzar la “Identidad nacional y la integración social”, aunque en ningún momento se hace referencia a lo imprescindible que resulta la incorporación de la historia regional en el reforzamiento de dicha “identidad nacional”. Por último, en el ámbito del desarrollo del pensamiento, se espera que los alumnos alcancen la habilidad de resolver problemas, enfrentando con una disposición crítica diversas situaciones, tanto del ámbito familiar, escolar y laboral (Marco Curricular. Ministerio de Educación, Decreto 220/1998, p.21), pero no se señala nada respecto al hecho que esas habilidades deben permitirle resolver problemas cuya génesis se encuentra –aunque no de forma excluyente– en la propia historia regional.
         Es de esperar que los nuevos cambios programáticos que están en curso ayuden a posicionar la enseñanza de la historia regional en la educación básica y media.
         Al menos las directrices del Ministerio de Educación para la realización de textos escolares para el año 2012, ofrecen nuevas perspectivas. Al referirse a los contenidos del texto escolar de Tercer Año Medio se señala concretamente: “Los contenidos de tercer año medio son especialmente indicados para promover el rescate de la historia local y regional, por lo que el Texto deberá proveer instancias que fomenten y orienten la reconstrucción de la historia local o regional, de manera de generar en los estudiantes aprendizajes contextualizados y significativos, apoyando a la vez el sentido de identidad y pertenencia” (Requerimientos técnico-pedagógicos para los textos escolares de Historia, Geografía y Ciencias Sociales – Tercer Año Medio).
          Si se analizan las estadísticas del Ministerio de Educación sobre la penetración de los textos escolares en el sistema escolar, las cifras señalan que para el 2010, la suma total de textos escolares repartidos por el ministerio alcanzan los 15 millones de textos, por un valor de 19 mil millones de pesos (textosescolares.cl.estadísticas). Solo tres editoriales dominan el mercado con casi un 80%. Si bien esto puede ayudar a las economías de escala, así como la baja en los costos y mejoras técnicas evidentes en la producción de textos, no deja de ser preocupante esta concentración del mercado. La concentración -como señalan los economistas- no es mala en sí, sino en función de sus efectos. En el caso de los textos escolares de historia y geografía se ha tendido a la standarización de los contenidos, encontrándonos con textos cada vez más uniformes. Esto no sería problema si se tratara de asignaturas como lenguaje, matemáticas o biología. Pero para el caso de Historia y Geografía textos diversos, con miradas divergentes o con unidades especiales sobre historia regional, podrían hacer la diferencia entre una historia enseñada y una historia comprendida. 

martes, 12 de abril de 2011

Segundo Congreso Latinoamericano de Historia Económica


Ciudad de México, 3-5 febrero 2010.


LAS BOLSAS DE TRABAJO: MODERNIZACIÓN Y CONTROL DEL MERCADO LABORAL EN CHILE (1900-1932).



Juan Carlos Yáñez Andrade[1]


Introducción


Es común pensar la formación de una mano de obra asalariada como la consecuencia automática del proceso de industrialización. En este sentido es interesante poner en perspectiva la formación de una clase proletaria, especialmente en países como Chile, en donde la industrialización fue más tardía que en Europa, respondió a distintos ritmos de acuerdo a las zonas geográficas y se apoyó en un área clave del modelo exportador primario, como fue la minería.
         Diversos estudios han demostrado que la formación de una sociedad salarial no va acompañada de manera directa con el desarrollo del capitalismo ni con la revolución industrial[2]. Esto puede explicar la emergencia de un discurso empresarial que denunció la falta de mano de obra, la reticencia de los sectores populares a presentar conductas proclives a la sujeción laboral y el ánimo de vagancia que muchos de estos grupos presentaban.
      Quizás lo anterior también pueda ayudar a entender la siguiente paradoja: que el control de la mano de obra en la primera etapa de la industrialización estuviera asociado a la precarización del trabajo más que a su consolidación. En un comienzo los mecanismos de control laboral estuvieron garantizados por el dominio patronal en el ámbito temporal y físico, a través de la instauración de la “libreta obrera” y los reglamentos de la usina. Chile no estuvo ajeno a esos mecanismos de disciplinamiento[3]. El objetivo de estas medidas apuntaban al control de la mano de obra y su explotación intensiva, pero en un contexto que no suponía una relación laboral moderna, mediatizada, por ejemplo, por un contrato de trabajo. Las relaciones laborales estaban reguladas por el Código Civil, a través de la noción de “Contrato de servicio”. Las primeras leyes sociales en Chile que buscaron regular las condiciones de trabajo datan de 1907 y solo se consolidarán hacia la década de 1920[4].
        Ahora, ¿cuáles fueron los factores institucionales que posibilitaron la modernización del mercado laboral y permitieron el surgimiento de nuevas modalidades de control de la mano de obra? Es el aspecto central que quisiéramos discutir en esta presentación.
        Nuestro marco histórico lo hemos situado en pleno contexto de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), porque fue responsable del cierre de numerosas oficinas salitreras, lo que obligó a la Oficina del Trabajo a crear un Servicio de Colocaciones, mejor conocido como Bolsa de Trabajo, con el fin de actuar de puente entre aquellos miles de cesantes que buscaban empleo y aquellos que lo ofrecían. 
          Nuestra presentación la organizamos en tres momentos. En un primer punto contextualizaremos la crisis salitrera y los efectos sociales que produjo, para luego reseñar el surgimiento de la Bolsa del Trabajo del Estado, de algunos gremios de  trabajadores y del empresariado. En este punto pondremos en relieve las coincidencias que tuvieron estos distintos sectores en la promoción de las Bolsas de Trabajo y de una serie de valores que permitían diferenciar al buen del mal cesante. Por último, entregaremos unas conclusiones destacando el rol que tuvieron estas Bolsas en organizar y controlar el mercado laboral, enfrentando con técnicas nuevas el fenómeno del desempleo.
       
                  


[1] Becario CONICYT-Chile. Programa de Doctorado en Historia, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris (EHESS).
[2] Por ejemplo la tesis de Robert Castel supone pensar que la sociedad salarial surge cuando se concibe el trabajo como la única propiedad del proletariado, medio de integración social (estatus) y forma de reconocimiento de derechos, Les Métamorphoses de la question sociale, Paris, Fayard, 1995. Edward P. Thompson en cierta medida hace una lectura similar, cuando señala que la formación de la clase obrera se explica más bien por la historia política y cultural, que por la económica, agregando que el proletariado no nace por generación espontánea a partir del sistema fabril. La formation de la classe ouvrière anglaise, Paris, Gallimard, 1988, p. 174.
[3] Ver, María Angélica Illanes, “Azote, salario y ley. Disciplinamiento de la mano de obra en la minería de Atacama (1817-1850), Proposiciones, Nº19, Santiago, 1990; Juan Carlos Yáñez, “La industria cervecera y la organización del trabajo. El caso de los reglamentos de industria”, en Juan Carlos Yáñez (Editor), Alcohol y trabajo. El alcohol y la formación de las identidades laborales en Chile. Siglo XIX y XX, Osorno, Pedch, 2008.
[4] La primera ley de descanso dominical data de 1907 y la legislación sobre contrato y jornada de trabajo es de 1924.


Concurso Ensayo Histórico


ESTADO Y CIUDADANÍA EN LA CONSTRUCCIÓN DE
LOS DERECHOS DEL TRABAJO EN CHILE
Gobierno de Chile
Dirección General del Trabajo
Santiago, 2005

CAPÍTULO:
EL TIEMPO DEL TRABAJO
Notas históricas sobre la evolución de los derechos laborales en Chile:
De la formulación de proyectos a repensar los derechos.

Autor: Juan Carlos Yáñez Andrade

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